miércoles, 13 de abril de 2011

Enseñando a nativos digitales en un mundo postmoderno



No podemos entrar marcha atrás en el futuro.” Gastón Mialaret

Como afirma Alejandro Piscitelli los “inmigrantes digitales” (o sea los docentes, los “ilegales”) debemos aprender a enseñar en forma diferente a los “nativos digitales” (o sea a nuestros alumnos) para no desaprovechar sus capacidades cognitivas.

Para nosotros, los docentes inmigrantes digitales, la informática es una segunda lengua aprendida tardíamente (y se nos nota el “acento”). Para colmo muchos docentes están aquejados de analfabetismo digital. Nos formamos ayer con una información de anteayer. Hoy formamos alumnos que ya viven en el mundo del mañana. De ahí la necesidad del reciclaje para restablecer el contacto intergeneracional y amueblar correctamente nuestra relación. No podemos, ni debemos, introducir un saber que carezca de continuidad con el saber del alumno.

El rutinario examen de conciencia pedagógico que hacemos los docentes todas las noches antes de acostarnos nos deja en claro que debemos “puentear” esta fosa digital.

Para nuestros alumnos es una lengua materna aprendida desde la cuna. Las generaciones digitales viven de, para y en la pantalla.

Si Descartes viviera en el siglo XXI afirmaría “video, TV, ergo sum”.

Existe un innegable abismo cognitivo – emocional entre aquellos que nacimos antes y después de, aproximadamente, 1984[1]. O sea antes y después de la aparición de la informática, Internet, los celulares, etc. Y este abismo tiene innegables implicancias didácticas.

Esta “mediamorfosis” supone un nuevo tipo de educación adaptada a este tipo de consumo y producción mediática.

Los docentes deberíamos apurarnos en la adaptación a esta “mediamorfosis” y en la enseñanza de los “nativos digitales” porque, como decía la protagonista de Alicia en el país de las maravillas, en un mundo en movimiento el que se queda en el mismo lugar retrocede.

Para dificultar aún más las cosas estos cambios siguen otra consigna de esta misma obra que es “La maldición de la reina de corazones”. Cuando Alicia juega al ajedrez con la Reina, ella cambia en cada movida las reglas de juego. Y en la didáctica de los alumnos postmodernos “el juego” está cambiando continuamente. Lo que funcionó ayer probablemente no funcionará hoy.

La cultura, las formas de transmisión, los criterios estéticos y hedonísticos y el régimen cognitivo son totalmente perpendiculares a la de los alumnos. Además las competencias digitales no se pueden reducir a la lectura y la escritura.

De aquí que comienza a surgir la necesidad didáctica de introducir una interfaz digital (como el Power Point) para introducir “troyanos” en los sistemas nerviosos de nuestros alumnos.

Estos “troyanos” serían “programas maliciosos” (matemáticas, historia, anatomía, etc., etc., etc.) capaces de alojarse en los depósitos de memoria de nuestros alumnos y permitir el acceso a “usuarios externos” (los docentes), a través del Power Point, con el fin de recabar información o controlar remotamente a la máquina anfitriona (el alumno). O sea “infectar” el Sistema Nervioso de nuestros alumnos con el virus del conocimiento analógico.

Según la definición de la Wikipedia un troyano no es en sí un virus, aún cuando teóricamente pueda ser distribuido y funcionar como tal. La diferencia fundamental entre un troyano y un virus consiste en su finalidad. Para que un programa sea un "troyano" sólo tiene que acceder y controlar la máquina anfitriona sin ser advertido, normalmente bajo una apariencia inocua. Al contrario que un virus, que es un huésped destructivo, el troyano no necesariamente provoca daños porque no es su objetivo.

Suele ser un programa alojado dentro de una aplicación, una imagen, un archivo de música u otro elemento de apariencia inocente, que se instala en el sistema. Una vez instalado parece realizar una función útil pero internamente realiza otras tareas de las que el usuario no es consciente, de igual forma que el Caballo de Troya que los griegos regalaron a los troyanos.

Ha aparecido una nueva clase de “bárbaros”[2], los nativos digitales “alias” criaturas visuales, que ponen en duda al libro como “carruaje” único del conocimiento y que proponen a la alfabetización digital como competencia indispensable.

Los bárbaros no leen ni les interesa los libros. Para los bárbaros leer es una experiencia que no les promete placer, peor aún no les promete ninguna sensación. Por esto una diapositiva de Power Point repleta de palabras no es una posibilidad potencialmente motivadora para un nativo digital.

Estas transformaciones cognitivas, socioculturales, etc. deben tener un impacto que modifique las estrategias didácticas que utilizamos en la docencia. Esto implica cambios en la enseñanza formal que llevan a estrategias de comunicación persuasiva que se conecten con la inteligencia emocional de los nativos digitales para “fraternizar” con su cultura y cognición de forma tal que sus alumnos pasen un “día positivo” con su “diapositiva” de Power Point.

Los nativos digitales imploran un diseño emocional que combine la funcionalidad con lo estético. En este diseño el cómo es infinitamente más persuasivo que el qué.

Los que estamos a cargo de la docencia y de las presentaciones somos inmigrantes digitales. Por el contrario la mayoría de los “consumidores” de nuestras clases con Power Point son nativos digitales. Entre ambos cortes generacionales las distancias son infinitas y las posibilidades de comunicación son terriblemente difíciles a menos que nosotros, los docentes, saltemos la brecha analógica – digital.

El célebre axioma de Heinz von Foerster “El pecado original de toda epistemología es que no vemos que no vemos” no ha perdido vigencia. No vemos que los estudiantes de hoy, los nativos digitales, NO son los aprendientes para los cuales el sistema educativo fue diseñado. NO son un auditorio que disfrutará de diapositivas de Power Point “analógicas” (atestadas de palabras).

Al terminar la secundaria un estudiante ha pasado diez mil horas jugando video juegos, diez mil horas hablando por el celular, veinte mil horas mirando la televisión y ha mandado y recibido más de doscientos mil emails o mensajes de texto.

Nuestros alumnos son hablantes nativos del lenguaje de la televisión, las computadoras, los videojuegos e Internet.

Para nosotros, los inmigrantes digitales, lo digital es una segunda lengua, y se nos nota el acento en toda nuestra actividad académica.


[1] En una increíble ¿coincidencia? 1984 es el título de una novela política de ficción distópica, escrita por George Orwell entre 1947 y 1948. La novela introdujo los conceptos del omnipresente y vigilante Gran Hermano, de la notoria habitación 101, de la ubicua policía del pensamiento y de la neolengua (o nuevahabla), en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos.

El vocabulario se reduce al mínimo, hasta tal punto que palabras como malo se convierten en nobueno. De hecho, un buen hablante de neolengua es aquel que necesita menos variedad de palabras para expresar una idea (¡esto inmediatamente me hace recordar algunos mails que he recibido de mis alumnos!).

Se la considera como una de las obras cumbre de la trilogía de las antiutopías de principios del siglo XX (también clasificadas como ciencia ficción distópica), junto a la novela de 1932 Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

[2] Para no “herir susceptibilidades” quiero plantear aquí las múltiples acepciones de este término.

La etimología de la palabra Bárbaro procede del griego y su traducción literal es "el que balbucea". Aunque los griegos empleaban el término para referirse a personas que no hablaban el griego, existen escritos, que demuestran una apertura para concebir a los bárbaros como individuos que carecían de educación, independientemente de su lugar de nacimiento.

Pero en el ámbito rioplatense (“dixit” el diccionario): Úsase para manifestar aprobación o asentimiento. ¡Qué bárbaro!: expresa admiración y asombro.

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