martes, 13 de octubre de 2009

Medicalizando la mente de los niños

La medicalización, un concepto de la sociología que analiza la “ocupación” por parte de la medicina de situaciones que no son patológicas o de enfermedades que no tienen tratamiento, afecta la calidad de vida de la población.
Algunos autores definen a la medicalización como el proceso por el cual los médicos afirman su autoridad sobre una esfera de la vida que previamente no era supervisada por ellos. Así se observa una medicalización del embarazo, el parto, la vejez, la menopausia, la calvicie, la timidez, la tristeza, la ansiedad, la lactancia, la niñez, etc.

Analicemos el periodo embrionario de este “colonialismo” médico.
Con la constitución del saber anatómico en las universidades italianas del Quattrocento nace una diferencia implícita dentro de la episteme occidental entre el hombre y su cuerpo. Allí se encuentra el origen del dualismo contemporáneo que, como afirma David le Breton, “le otorga al cuerpo el privilegio de ser interrogado científicamente por el médico con preguntas específicas con indiferencia de cualquier otra referencia” (el alma, la sociedad, las emociones, los afectos y un laaargo etcétera) (1). Se desarrolla entonces un saber cuyos progresos se deben, en parte, a la puesta entre paréntesis del enfermo como objeto dilecto del interés médico.
El resultado de esto es la mayor contradicción de toda medicina que no se ocupa de la persona: ¿Quién está enfermo, el hombre o alguna víscera? ¿A quién hay que curar, al enfermo o a la enfermedad?
Los impactantes avances en biología molecular, genética y neuroimágenes son las causas de la génesis de un renacimiento de la idea de encontrar en el cuerpo humano los secretos del hacer humano (2). El cuadro “La lección de anatomía de Nicolaes Tulp” de Rembrandt es la descripción del inicio de esta utopía intelectual médica: la de la completa visibilidad de la enfermedad (3). Lamentablemente esta utopía tiene un lado ciego: la completa invisibilidad de las dimensiones psicosociales del enfermo, la sujeción a la mirada cosificante del otro, la imposibilidad de comprender que las enfermedades del hombre no son sólo limitaciones de su poder físico sino que son dramas de su historia.
Esta ceguera médica es inexplicable ya que es evidente que no existe un dolor meramente orgánico ni experiencias de enfermedad desprovistas de contenidos culturales (4).
Las especializaciones científicas han recortado al cuerpo y lo han convertido en zonas específicas de actividad investigativa. La consecuencia ha sido un “inventario” del cuerpo como listado de funciones y órganos que interactúan mecánicamente para mantener una vida entendida como sistema. Hay que comprender que para el ser humano la entrada de las terapias en su cuerpo supone una intromisión tan invasiva como la irrupción misma de la enfermedad.
La medicalización se transforma en barbarie cuando se vuelve compulsiva y autoritaria. Además es necesario observar que, más allá del cuerpo físico, la medicalización alcanzó también al cuerpo social. Como ejemplo podemos citar a la eugenensia y los proyectos biocráticos como el del premio Nobel Alexis Carrel (5).
Michel Foucault nos alerta que la medicina funciona como poder mucho antes que como saber (6).
La medicina es un dispositivo de poder y un discurso de lo que es la verdad. La medicina da órdenes, castiga y recompensa. Todo esto forma parte de un ritual de servicio que se impone a los demás y que Foucault denominó la microfísica del poder.
La medicalización puede parasitar a diferentes grupos etarios, de los cuales no escapan los niños.
La psiquiatrización de la infancia comienza en el siglo XIX con el crecimiento de instituciones con fines de lucro cuya meta esencial es imponer un costo económico a las “diferencias” que en la lente de la medicalización convierte a los niños en “diferentes”, o sea fuera de la norma y por lo tanto anormales. Esto justifica que sean el blanco central de la intervención psiquiátrica (7).
Estas instituciones van a demandar a las familias que le proporcionen el material que necesitan para obtener sus ganancias económicas.
El discurso medicalizante psiquiátrico dice: nunca se es demasiado joven para estar loco, no espere a ser adulto para estar loco.
Este discurso es de gran actualidad en un momento en que las autoridades sanitarias europeas y americanas han autorizado, por primera vez en la historia, la indicación de antidepresivos (para dar un módico ejemplo) en pacientes pediátricos. Se debe destacar que estos fármacos, en un sistema nervioso inmaduro, afectan a perpetuidad su desarrollo
[1] y la paradoja de una sociedad que dice que está en lucha contra las drogas y que legaliza drogar a sus niños (7).
Es también importante destacar que en todo el siglo XIX el soporte de la difusión del poder psiquiátrico fue especialmente la infancia.
El principio de la difusión de ese poder debe buscarse en los pares hospital – escuela, institución sanitaria – sistema de aprendizaje, modelo de salud – institución pedagógica.
Como ejemplo podemos citar a Canguilhem: “Normal es el término mediante el cual el siglo XIX designará el prototipo escolar y el estado de salud orgánica” (7).
De lo cual se desprende otra conclusión de gran actualidad que es el “matrimonio” médico – escolar que se observa en nuestros niños con problemas de aprendizaje.
La bibliografía médica y la publicidad de la industria farmacológica muestran una desconcertante tendencia a transformar en problemas psiquiátricos lo que en general eran experiencias infantiles comunes.
Un aviso publicitario aparecido en el American Journal of Disease of Children propugna prescribir una droga denominada Vistaril para “ansiedades” en la niñez como “el colegio, la oscuridad, divorcios, visitas al dentista y monstruos” (8). Otra revista médica recomienda prescribir una droga llamada Librium a jóvenes estudiantes secundarios que experimentan ansiedad frente a nuevos compañeros (8).
Estas experiencias comunes de la niñez, que desafiaban la mirada personal del mundo y que eran un aspecto fundamental en el crecimiento personal, son ahora rebautizadas como enfermedades que sólo pueden ser curadas utilizando medicación psicoactiva.
Lamentablemente muchos médicos prescriben estas drogas sorteando el proceso de autodesarrollo que puede producirse a través de tratar los temas emocionales de una forma interpersonal y subjetiva y no farmacológica (9).
También existe un grupo de docentes que ante niños con cierta “inquietud” frecuentemente convencen a sus padres para que consulten con neurólogos para que les “den medicación”.
Podríamos preguntarnos: ¿Qué desean aquietar estos docentes?
En el disciplinamiento inevitable que significa un tratamiento innecesario se detecta el deterioro innegable de las relaciones humanas que enmarcan los contextos llamados terapéuticos y la desacreditación social que afecta a los niños, especialmente aquellos con conductas “diferentes”.
Las causas de esta conducta se pueden encontrar en una profesión (como la médica) que ha disociado su función de su objetivo primario al punto de volverlo casi un simulacro.
Al ser “medicalizado”, cada niño – paciente es un “padeciente” encerrado en la idea de su propia enfermedad que transita por espacios arduos, hospitalarios y educativos.
Además el discurso de la medicina no ha pasado por la misma democratización que sus terapias. Ininteligible, esotérico, persiste para el lego como un código elíptico (TGD, ADD, etc.) que oculta un universo prohibido para los demás.
Si la medicina científica fue en su origen planteada como un movimiento democratizador, hoy podría decirse que tiende a una práctica “industrializada” de la salud. La nueva “barbarie” aparece en el exacerbado individualismo con que el médico pretende independizarse de la “carga social” inherente a su función, el olímpico desprecio a los derechos del paciente pobre, pediátrico o geronte y en el abandono de su vocación de curar en provecho de tareas reglamentadas de diagnóstico, tratamiento y control.


Referencias Bibliográficas

1. Le Breton David. Antropología del cuerpo y modernidad. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. 1995
2. Vallejo Gustavo y Miranda Marisa. Políticas del cuerpo. Estrategias modernas de normalización del individuo y la sociedad. Siglo XXI. Buenos Aires. 2007
3. Bongers Wolfgang y Olbrich Tanja. Literatura, cultura, enfermedad. Paidós. Buenos Aires. 2006
4. Porzecanski T. El cuerpo y sus espejos. Planeta. Montevideo. 2008.
5. Carrel A. La incógnita del hombre. Iberia. Madrid. 1996.
6. Foucault M. Los anormales. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 2000.
7. Foucault M. El poder psiquiátrico. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. 2005.
8. Lennard HL, Epstein LJ, Bernstein A, et al. Hazards implicit in prescribing psychoactive drugs. Science; 169: 438–41, 1970.
9. Manninen BA. Medicating the mind: A Kantian analysis of overprescribing psychoactive drugs. J. Med. Ethics; 32: 100-105, 2006.


[1] En estos casos decir que “el remedio es peor que la enfermedad” es poco: el remedio es la enfermedad misma.

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