“Deja de observar el tiempo y te librarás de él.” Bergson
El LTP (Potenciación a largo plazo) nos demuestra que el aprendizaje a nivel sináptico requiere de tiempo. ¡Tal vez de allí provenga el talento!
San Agustín afirmaba que “El mundo no fue hecho en el tiempo, sino con el tiempo.”Por todo esto soy “fanático” de la “pedagogía” de Osías el osito:
“Quiero tiempo pero tiempo no apurado...Por favor, me lo da suelto y no enjaulado...”.
Recordemos que la mayoría de las muertes por accidentes de tránsito como la mayoría de los errores en cualquier ámbito se producen por exceso de velocidad. ¡La calma es oro!
Por suerte la escuela no es una sala de primeros auxilios ni una sala de terapia intensiva así que no hay ningún apuro.
Una causa frecuente e importante de problemas con el tiempo es la “vaca sagrada” (el programa). La torturante preocupación por llegar a destino con exactitud matemática.
Muchos docentes al inicio del año inspiran profundo y comienzan una carrera frenética, desenfrenada y sin escalas hasta que finalmente con el último jadeo (sin importar que el 99% de sus alumnos hayan sufrido un “cerebricidio” y ninguno haya entendido nada de nada) en la última semana de clase suspiran aliviados clamando orgullosamente “¡aleluya, terminé el programa!
La preocupación real debería ser llegar al destinatario que es la enorme diferencia entre terminar el programa y que el alumno comprenda.
Además otro problema surge cuando el docente se cuestiona en donde comenzar: ¿en el inicio del programa o en el punto donde se encuentran los alumnos? No hay ninguna duda que si no prevaleciera la estupidología (ciencia que analizaremos en otro capítulo) todo docente comenzaría no al inicio del programa sino donde se encuentran sus alumnos.
Lo que debemos comprender los docentes es que más, antes y más rápido no son sinónimos de mejor.
El tiempo educativo ha sido “colonizado” y acelerado. ¡Los docentes ya ni siquiera tenemos tiempo para pensar cómo queremos reorganizar el tiempo!
“La verdad es lo que no es mordido por el tiempo.” Leonardo Polo
En la actualidad aún los niños pequeños tienen una “agenda” repleta de actividades, las escuelas ocupan casi todo el tiempo de la infancia, en las etapas secundarias existe una gran presión sobre el horario escolar y extraescolar. Todos estos fenómenos son característicos de una sociedad que no valora el tiempo necesario para educarse, comprender cuáles son los conocimientos imprescindibles y entender cuáles son los tiempos de nuestros sistemas nerviosos.
No puede haber cambio o mejora educativa sin un replanteo de los tiempos escolares. Replantear los tiempos es desacelerar y cuando hablamos de desacelerar hablamos también de priorizar, de definir aquellas cuestiones que son más importantes y a las que por lo tanto debe destinarse más tiempo.
Replantear los tiempos también es hablar de diversidad, ya que muchos centros educativos organizan la variable tiempo con una gran homogeneidad a la “hora” de fragmentar (en cantidad de minutos) los horarios de las asignaturas.
Paradojalmente el tiempo puede convertirse en la excusa permanente para no abordar los cambios. La frase “no tenemos tiempo” es un obstáculo frecuente para desarrollar modificaciones.
También es curioso que demos más importancia a cuántas horas destinamos al aprendizaje y no a lo que en realidad podemos hacer durante esas horas.
En plena sociedad del conocimiento la cantidad se impone a la calidad.
Creo que una propuesta importante sería una desaceleración general de los procesos educativos como una de las alternativas para mejorar la calidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
En general todos los docentes nos vemos presionados para lograr ciertos objetivos educativos. Con este fin en mente elaboramos mecanismos, indicadores, programas, evaluaciones, etc. con los cuales “presionamos” a nuestros alumnos para lograr nuestros objetivos. Pero la presión por los resultados olvida y tergiversa el problema clave: ¿Qué pasa en el cerebro de nuestros alumnos?
En este contexto los docentes nos convertimos en sectas para conseguir resultados en lugar de comunidades docentes centradas en el aprendizaje de los alumnos.
Nunca debemos olvidar que los docentes somos “las parteras” de la sociedad del conocimiento. Sin los docentes el futuro nace muerto y con malformaciones congénitas.
En la estructura temporal de la civilización moderna se suele emplear una sola palabra para significar el "tiempo". Los griegos tenían dos: Kairós (no es el tiempo cuantitativo sino el tiempo cualitativo de la ocasión) y Cronos (es el tiempo del reloj, el tiempo que se mide).
Kairós es el momento presente determinado por una calidad, es el tiempo que duran los acontecimientos y es, fundamentalmente, la experiencia del momento oportuno. Los antiguos griegos creían en él para enfrentarse al cruel tirano Cronos.
Cronos es el dios que devora a sus propios hijos. El tiempo con Cronos no para nunca, es un tiempo que sigue su curso al margen de los acontecimientos. No olvidemos que la compañera de Cronos es Ananké (la Inevitabilidad). Seguir a Cronos es seguir lo inevitable.
Con la aparición de los primeros instrumentos que sirven para medir el tiempo, los relojes más primitivos, se quería cumplir una función concreta: saber cuánto duraba un evento. Esta era la función básica de los primeros relojes de arena. Cuando el evento terminaba, el reloj volvía a estar libre o simplemente dejaba de existir como instrumento de medición.
La historia reciente de la humanidad ha sido la del progresivo predominio de Cronos sobre Kairós, el tiempo medido, omnipresente, cuantitativo, sobre el tiempo cualitativo de los acontecimientos.
El principio “El tiempo es oro” representa la justificación de nuestro afán por medirlo. Incluso el tiempo de ocio viene marcado por el horario programado. No queda tiempo para la reflexión. La medida del tiempo nos ha llevado al predominio de la cantidad sobre la calidad. En estos hechos vemos representada la eterna lucha entre Kairós y Cronos.
Merleau Ponty nos recuerda que el tiempo no tiene lugar en el mundo objetivo sino que los acontecimientos le ocurren a alguien, que los funda desde su perspectiva finita por lo tanto el tiempo supone un punto de vista sobre el tiempo, un testigo u observador que puede invertir el sentido del flujo según de donde lo mire. El tiempo entonces, según este filósofo, nace de nuestra relación con las cosas.
La velocidad ha crecido en forma paralela a la conversión de todos los elementos de la sociedad en objetos susceptibles de ser consumidos.
Este consumo se produce a una gran velocidad, de manera tal que volvemos a consumir antes de haber agotado las posibilidades de satisfacción que un objeto ofrece. Los objetos ya no satisfacen nuestras necesidades porque los reemplazamos antes de que éstos hayan podido hacerlo.
Esta sociedad de la tiranía del tiempo convierte cualquier evento en efímero en forma muy rápida, prácticamente en el momento mismo de su gestión los hechos caducan.
La colonización constante ejercida sobre el tiempo cotidiano se ha visto acompañada de una penalización constante de la lentitud o la paciencia que han pasado a ser actitudes muy poco valoradas. Recordemos la abreviatura, utilizada en inglés, ASAP: as son as possible. ¡La aceleración es tan escandalosa que ya ni siquiera hay tiempo para escribir las palabras completas!
Alguien debería reivindicar la necesidad de recuperar horas “vacías” de actividad (y de ruido) que favorezcan la reflexión. Llegar a pensar como dice Pascal que la infelicidad del mundo se debe a la incapacidad de estar sentado en una habitación sin hacer nada.
Llenamos nuestro tiempo simplemente teniendo en cuenta la cantidad de tiempo que ocupamos pero sin preocuparnos por la calidad de lo que hacemos.
El tiempo fluye constantemente y nos arrastra vertiginosamente. Todo se vuelve rápido. Quizá por ello leer y escribir cuesta tanto a los jóvenes, porque son actividades lentas. Todo lo contrario de los medios audiovisuales que han elegido la rapidez, el zapping y la inmediatez.
“La prisa es una trampa del tiempo.” Doménico Cieri Estrada
En el momento actual, no tener tiempo resulta ser un paradoja puesto que la esperanza de vida es casi el doble de la que tenían nuestros antecesores de hace un siglo. Ahora que tenemos más tiempo que nunca parece que la felicidad depende de la cantidad de cosas que se pueden hacer en un día, en una semana, en un mes… Jornadas de trabajo alargadas en el tiempo escolar y extraescolar.
La información que está a nuestro alcance nos desborda y nos lleva a límites absurdos. Sabemos que uno de los efectos que tiene la excesiva información
Es el tiempo que hay que destinar a seleccionarla para que ésta pueda sernos útil. Nos encontramos aquí cara a cara con las precariedades del exceso.
Todo va más rápido y sincronizado pero, al mismo tiempo, todo parece más superficial y sin rumbo. Todo pasa tan de prisa que la educación y los aprendizajes también pueden acabar convirtiéndose en objetos de consumo listos para ser adquiridos, y, antes de disfrutar de ellos, los eliminamos o cambiamos.
¿Qué características tendría tener una educación lenta?
1. Buscar el tiempo justo:
Para invertir tiempo para la educación (y para la vida) hay que desacelerarla. El tiempo debe estar ajustado a las necesidades de cada actividad y de cada contexto. Hay que tener en claro que salvo algunas rarísimas excepciones (como las montañas rusas) la velocidad NO es un valor en sí mismo, si la perseguimos es con un carácter instrumental.
Buscar el tiempo justo implica un tratamiento diferente del tiempo: no homogéneo, no acelerado por principio, ajustado a las necesidades concretas de cada contexto. Es necesario relativizar la idea de que los acontecimientos tengan que ser prisioneros del tiempo que disponemos.
2. Insistir en la calidad:
La calidad implica la necesidad de elegir o seleccionar. Detenerse ante un proceso acelerado y reflexionar sobre los acontecimientos. La calidad está reñida con la aceleración, el consumo sin criterio. El significado de la calidad tiene relación con la sustitución de la afirmación “El tiempo es dinero” por el principio “El tiempo es vida”.
3. Trabajar en presente, basándose en el pasado, pensando en el futuro:
Una visión que pasa por la insistencia en la importancia del presente, pero sin dejar de lado lo mejor que nos haya podido pasar en el pasado y, sobre todo, las consecuencias que nuestras actuaciones tengan sobre el futuro.
Pero hay que tener cuidado con el anacronismo perpetuo de la educación ya que un inconveniente endémico consiste en la imposibilidad de poner en hora el reloj educativo.
Los planes de enseñanza ¿tratan de prolongar y mantener el pasado, de preparar el futuro o de atender el presente? Nunca es fácil acertar con la hora en punto para educar al alumno. Por esto no se debe tomar a la educación como algo meramente transitivo que se da y que se recibe, en vez de algo permanente como crecer, madurar, vivir, etc. Esta ilusión crea la patología semántica de buscar fines para educar a los demás sin encontrar nunca para qué tiempo será más oportuno hacerlo.
Quien la padece suele sucumbir al pasado (tan fácil de redimir) aunque hable mucho del futuro (tan fácil de soñar). Seguramente piensa y actúa desde sus manías adquiridas durante la educación recibida, padecida y luego sublimada. ¡El famoso obstáculo epistemológico de Bachelard! La moda es hablar de educación para el futuro: inventarlo y prevenirlo hasta descuidar el pasado y, sobre todo, el tan incómodo presente, el que realmente desafía. Ya que lo difícil es afrontar el presente, nutrido en el pasado y capaz de engendrar futuros horribles.
4. Posicionarse de manera crítica ante la sociedad actual:
La educación lenta supone algún tipo de resistencia a diversos aspectos de esta sociedad caracterizada por una irracional moda de la caducidad instantánea que lo invade todo. Pasar de la urgencia a la prioridad, de la velocidad a la lentitud, del dinero a la vida, del consumir a disfrutar y de la cantidad a la calidad.
“Tengo que llegar puntual, si no mi maestro me pegará.” Tabla sumeria 2.000 a.C.
Las agendas de los alumnos en los horarios extraescolares están tan llenas como si fueran directivos de grandes empresas (incluyendo el fin de semana), sin olvidar el tiempo que pasan “conectados” a la tele y a Internet. ¿Y el juego libre?
Los docentes sufrimos desajustes en la planificación porque calculamos el tiempo necesario como si en las actividades a realizar no interviniesen alumnos y docentes, es decir personas que con sus interacciones modifican en forma constante las variables que influyen en una propuesta de actividad educativa.
A este respecto recordemos que tanto la metafísica como el sentido común han percibido siempre la distinción entre “tiempo” y “duración”.
Los “tiempos” son códigos de medida. Las “duraciones” son el transcurrir de la experiencia individual, tan fluida y anárquica como la conciencia.
Como ejemplifica G. Steiner: “No existe una cronometría compartida para la duración del dolor, de las pesadillas o del placer”.
Cuando planificamos tenemos en cuenta los “tiempos” pero nunca las “duraciones”. No es posible establecer una correspondencia entre los instantes del tiempo físico (de la planificación educativa) y los momentos del tiempo psicológico (del momento de aprendizaje).
Hacer las cosas más rápido, imponer más aprendizajes e intentar terminar cuanto antes no soluciona nada.
En teoría somos capaces de aceptar la diversidad pero al hacer las evaluaciones penalizamos la lentitud.
Si la realidad es que el tiempo contenido en un curso escolar nunca permite acabar los programas definidos, tal vez habría que plantearse de entrada cómo priorizar las tareas que se deben realizar y ser conscientes de que los programas no tienen el mismo sentido cuando lo único que predomina es la incertidumbre. Estos programas además suelen generar asignaturas aburridas y aborrecidas.
Cuando en Educación Inicial dejamos fluir el tiempo de forma espontánea estamos intentando que la actividad se desarrolle sin tener en cuenta los condicionamientos del tiempo. Aquí prima Kairós sobre Cronos.
La necesidad de organizar los recursos humanos y la complejidad de los horarios (horarios de docentes que son diferentes de los horarios de los alumnos) nos llevan a priorizar a Cronos sobre Kairós.
Buscar alternativas nos lleva a definir cuáles son las dimensiones del tiempo en la educación:
1. La relación entre pasado, presente y futuro:
El presente se construye sobre el pasado, es decir, sobre la cultura que hemos ido construyendo hasta el presente. Querer reinventar cada vez el presente partiendo de cero, como a veces parece que se pretende hacer en la escuela, es una manera de despilfarrar recursos y experiencias. De la misma manera, también es imprescindible pensar las consecuencias que para el futuro tienen nuestras actuaciones llevadas a cabo en la actualidad.
2. La medida y cuantificación del tiempo:
La cuantificación del tiempo escolar se convierte en uno de los instrumentos de control ideológico y político. Con el control sobre el tiempo se intenta delimitar el alcance, la orientación y los contenidos que hay que aprender.
Pero este discurso se centra en la consideración de que la cantidad es el factor clave que permite mejorar el aprendizaje. La cuantificación del tiempo conduce a reflexionar hasta qué punto el tiempo que destinamos a una asignatura o actividad determina la calidad de su aprendizaje.
Un tiempo que sólo es concebido desde el concepto de cantidad tiende a fragmentarse y a tecnificar tanto la actividad como el proyecto y, de este modo, limita su alcance.
3. La velocidad y el ritmo de los aprendizajes:
Desde este punto de vista hay dos ideas que se ciernen sobre esta concepción de la educación: la idea de que cuantos más aprendizajes sean aplicables, mejor, y por lo tanto, que hay que incluir en los contenidos todo aquello que parezca importante para el saber.
La segunda idea es la cuanto antes mejor.
No sabemos flexibilizar la velocidad de los aprendizajes en un contexto en el que la presión por los aprendizajes tempranos hacen que se haya olvidado una educación más pausada así como la necesidad de que los aprendizajes tengan su propio ciclo y sigan su ritmo.
4. El tiempo como propiedad de la infancia:
Como consecuencia de esta voluntad de que nuestros niños sepan cuanto más cosas mejor, cuanto antes posible, hemos organizado absolutamente todo su tiempo. Los niños sufren largas jornadas de trabajo en las que no tienen ni un minuto de descanso.
El tiempo de la escuela también se organiza así. No sólo organizamos su tiempo sino que lo fragmentamos en bocaditos, a veces sin conexión entre sí.
5. La subjetividad del tiempo en la educación:
Cuando los docentes pronunciamos la frase “no tenemos tiempo” referida al trabajo personal o en el aula… ¿qué significado tiene esta afirmación?
Tengo la impresión que cada vez que pronunciamos esta frase, lo que manifestamos es que nos hemos equivocado en la priorización.
“Para grandes cosas mucho tiempo se requiere.” Séneca
La sociedad acelerada nos lleva a una educación en la que finalidad parece desaparecer en medio de una inconmensurable cantidad de contenidos que nunca podremos aprender.
¿Qué es lo que realmente debemos priorizar en la educación? La respuesta a esta pregunta está vinculada a que sepamos repensar la relación entre tiempo y escuela. No hay un tiempo para todo. Hay un solo tiempo y éste ha de resultar suficiente. Por lo tanto es muy importante que sepamos cuáles son nuestras ocupaciones prioritarias.
A veces pasa el tiempo y nosotros seguimos con el mismo discurso, y las mismas consignas como el farolero del quinto planeta del principito de Saint Exupery. Este vivía en un asteroide que rotaba una vez por minuto.
Hacía mucho tiempo le había sido encargada la tarea de encender el farol de noche y apagarlo de día. Por aquel entonces, el asteroide rotaba a una velocidad razonable y tenía tiempo para descansar. Con el tiempo, la rotación se aceleró y, negándose a abandonar su trabajo, el farolero encendía y apagaba el farol una vez por minuto, no pudiendo descansar nunca. Este personaje hace lo que debe, encender un farol cuando empieza la noche y apagarlo cuando comienza el día, pero la realidad es que su compromiso y lealtad lo llevan a una situación absurda que consiste en encender y apagar el farol cada minuto, que es lo que dura un día en su planeta. Sin tiempo para nada más, su "mundo" es muy pequeño precisamente por esto. En realidad este adulto nos muestra cómo hacer lo que uno debe nos puede quitar la posibilidad de hacer lo que uno realmente quiere. El farolero representa la rutina que no se cambia y ni se intenta remediar, que te consume y cansa posiblemente haciendo cosas inútiles sin servirte de mucho para la vida.
Hay que evitar la velocidad pedagógica o sea la tendencia a llenar de contenidos el currículo.
Principios para una educación lenta
“Mi pasatiempo favorito es dejar pasar el tiempo, tener tiempo, tomarme mi tiempo, perder el tiempo, vivir a contratiempo.” Françoise Sagan
1. La educación es una actividad lenta:
Una información puede ser rápidamente memorizada pero para que la información pueda transformarse en un aprendizaje en profundidad y en un conocimiento aplicable (transferible) a muchas situaciones fuera del aula requiere superar otros estadios y precisa tiempo.
Dar a los aprendizajes el tiempo necesario para que éstos puedan asentarse, y no ser superficiales, significa ganar toda la inversión del tiempo que podemos haber hecho.
Hacer muchos aprendizajes que luego se olvidarán es una actitud que manifiesta todo lo contrario. Es precisamente en este caso cuando deberíamos pronunciar la expresión “Hemos perdido el tiempo”. Aprender para un examen y olvidar lo aprendido es perder el tiempo.
La educación lenta no penaliza la lentitud ni busca la homogeneidad en la realización de las actividades.
Si se imparte simples y superficiales pinceladas de contenidos que se aprenden momentáneamente estos ya llevan fecha de caducidad.
El tiempo de los educadores y de los aprendices NO puede estar marcado por la misma secuencia.
2. Las actividades educativas han de definir su tiempo y no al revés:
Para hacer buenos aprendizajes que sean respetuosos de su ritmo real hay que volver a una concepción en la que las actividades sean las que deben definir el tiempo que necesitan para desarrollarse de forma coherente y no al revés.
¿En qué espacios la actividad determina la duración? En la educación inicial, en la cual aún persiste un modelo organizativo basado en marcar franjas muy grandes y flexibles lo que permite desarrollar secuencies de actividades que pueden ser adaptadas al propio desarrollo de la actividad.
También lo podemos encontrar en las vacaciones o en el juego libre.
Aquí se plantea la duda de si el aprendizaje debe seguir el ritmo del reloj o puede seguir su propio ritmo.
3. En educación menos es más:
La sobrecarga de contenidos educativos no produce en forma directa más aprendizajes. A menudo la cantidad desemboca en la superficialidad y en educación lo que cuenta son los aprendizajes que pueden ser llevados a cabo en profundidad.
Los aprendizajes bien conseguidos son los que perduran, algo que es difícil lograr cuando éstos deben ser realizados de forma acelerada.
4. La educación es un proceso cualitativo:
Memorizar no significa aprender. Aprender para un examen no significa saber. Saber no significa comprender.
La cultura de los aprendizajes cuantitativos puede implicar múltiples confusiones.
En los aprendizajes cuantitativos llenamos temporalmente nuestra cabeza de datos que olvidamos tan rápidamente como los hemos memorizado.
Poner el énfasis en la calidad de los aprendizajes implica dar importancia a lo que hacemos y no al tiempo que dedicamos ni a la cantidad de conocimientos que aprendemos.
El aprendizaje de calidad requiere a la vez una evaluación cualitativa. Si la educación funciona como una cuenta de resultados bancarios la evaluación se centrará fundamentalmente en cuantificar resultados y no en analizar procesos.
La velocidad es una defensa contra la profundidad y el significado. Nada importante sucede rápidamente.
5. Cada niño necesita su tiempo para el aprendizaje:
Este es el fundamento de la atención al alumnado ante la evidencia de que ningún alumno alcanza sus aprendizajes de la misma manera. Atender la diversidad en la educación plantea, entre otras cosas, respetar el ritmo de aprendizaje que tiene cada alumno. La educación lenta es encontrar el tiempo justo que cada persona necesita para hacer sus aprendizajes.
Tener en cuenta diferentes ritmos de aprendizaje significa partir del alumno a la hora de planificar las actividades.
6. Cada aprendizaje debe realizarse en su momento:
Cada aprendizaje tiene un tiempo óptimo para ser desarrollado. Esta idea es complementaria con la que tiene presente que hay que tener en cuenta el ritmo de aprendizaje de cada persona. Se trata de dos caras de la misma moneda.
La anticipación en la realización de algunos aprendizajes no conlleva de forma necesaria una más rápida y mejor adquisición de los mismos.
7. Para conseguir aprovechar mejor el tiempo hay que priorizar y definir las finalidades de la educación:
El problema no es la falta de tiempo sino el uso que hacemos de él.
La gestión del tiempo requiere una planificación de las tareas a realizar. Planificar siempre según las cosas importantes por encima de las urgentes. Además, tener tiempo también implica tener tiempo sin organizar. En la escuela hay un tiempo no formal que también es educativo.
Priorizar también es una vacuna contra la frase “No tenemos tiempo”.
Una respuesta a esta afirmación puede provenir del hecho de que somos conscientes de que el tiempo que tenemos no es destinado a lo que consideramos importante sino que lo hemos empleado en otras ocupaciones.
Un problema es que los tiempos que miden la actividad dominan sobre la actividad que delimita su tiempo.
Priorizar implica analizar lo que es básico, pero teniendo en cuenta los procesos y no tanto los resultados, es decir, la calidad y no la cantidad.
No tener tiempo para algo normalmente significa que en aquel momento hay otras cosas más importantes para nosotros. La mayor parte de la prisa de cada día es una simple consecuencia de nuestra indisposición a renunciar a algo. Nuestra sociedad se alimenta de crear necesidades, no de reducirlas. La vida significa escoger.
8. La educación necesita tiempo sin tiempo:
Para consolidar aprendizajes necesitamos tiempos muertos, vacíos de presión y de contenidos. No debemos convertir a la educación en una actividad académica constante. No podemos estar limitados por horarios absolutamente llenos. Necesitamos un tiempo en el que se detenga la actividad: el tiempo de la meditación. Los alumnos necesitan disponer de este tiempo en el que las agujas del reloj no corren.
La escuela acelerada llena el tiempo de prisas y precipitaciones y lo aprovecha tanto que no deja tiempo para la elaboración y la recapitulación, esenciales para lograr una buena comprensión.
9. El tiempo de los educadores debe redefinirse:
Si queremos conseguir buenos aprendizajes es tan importante el tiempo que los docentes destinan a las tareas de planificación y a reflexionar sobre su trabajo como el tiempo que éstos destinan a estar en el aula.
Una de las claves de la educación lenta es la paciencia, la capacidad de saber esperar. En contra de las prisas en la escuela tenemos que volver a reivindicar el valor de la espera.
La paciencia es una virtud importante para la tarea educativa pero la pedagogía no parece valorarla suficientemente.
Lamentablemente en los cursos de capacitación docente no se nos enseña a desarrollar la paciencia. La paciencia es fundamental por aquello tan rousseauniano de esperar pacientemente que la naturaleza abra su curso.
A los docentes se les debería ejercitar capacidades como la calma, la tranquilidad, la resistencia, la perseverancia e, incluso, la resignación, todas ellas sinónimos de “paciencia”.
El tiempo no debe ser un instrumento de colonización de los docentes. Por lo tanto la organización del tiempo no puede dar como consecuencia un único tiempo planificado y que no contemple un margen para la improvisación. Para que puedan funcionar instituciones como la escuela tiene que haber un tiempo no programado ni organizado. Los docentes debemos tener tiempo para poder desaprender, para poder volver a aprender y para poder crear.
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